jueves, 7 de abril de 2011

CRISTO YACENTE. Gregorio Fernández


CRISTO YACENTE
Arte barroco. Gregorio Fernández (1576-1636).
Museo Nacional de Escultura de Valladolid

ANÁLISIS





Talla de madera policromada que representa a Cristo muerto. Este modelo de Jesús yacente sin que aparezca relacionado, de una u otra manera, con la Cruz, con sus verdugos, con María o con los personajes tradicionalmente presentes en las obras, pictóricas o escultóricas, que representan su martirio y sepultura, constituyó una creación original en su momento (siglo XVI), con repercusiones de largo alcance en la imaginería religiosa española.

Mientras que los escultores italianos y franceses continúan prefiriendo el mármol y el bronce para sus obras, en España estos materiales se van utilizando cada vez más escasamente -excepto la piedra para la escultura de exterior, por razones evidentes- en beneficio de la madera que, al policromarse, permite aumentar el dramatismo de las figuras religiosas: sonrojo, magulladuras, moratones, rojeces, heridas, sangre... En aras de ese realismo exacerbado se hace muy común el uso de ojos de cristal, pestañas y cabello de pelo natural, trocitos de vidrio para lágrimas, telas para tallas de vestir, etc. Por otra parte, esta imaginería viene a representar el punto culminante y la continuación de la tradicional talla de madera española, caracterizada por la perfección en el uso de la gubia, y por la excelente calidad del estofado y la policromía.
La escultura barroca española, fundamentalmente de carácter religioso, de la que este Cristo yacente es un ejemplo claro, supuso una ruptura radical con el matizado realismo del clasicismo renacentista, para centrarse en un dramatismo extraordinariamente acentuado. Su objetivo fundamental será promover y acrecentar la religiosidad de los fieles mediante la contemplación del martirio y muerte de Jesús, del dolor de la Virgen, escenas de la vida de santos, etc., todo ello con un patetismo sin límites.

Esta expresión plástica acabará por convertirse en la más eminentemente popular del arte español. Su fondo y sus formas concitarán la rotunda identificación del pueblo, que las sentirá como algo propio a través de su exposición en iglesias y desfiles procesionales y, por otra parte, le servirán de referencia sensorial en las pláticas y sermones de curas y frailes que evocaban, reiterada y morbosamente, para los fieles la tristeza de María, la muerte redentora de su Hijo, y los modelos de santos como ejemplos para imitar.

Artistas como Gregorio Fernández, Martínez Montañés, Alonso Cano, los Mena, Pedro Roldan y algunos otros, son los principales creadores de este arte sacro que llega a todos con arquetipos perfectamente reconocibles, en cuanto que personalizan una religiosidad tan extravertida, sensible y dramática como la de los españoles.

COMENTARIO

Para una completa comprensión de la escultura sacra del siglo XVII en España no podemos olvidar su contexto: el de la Contrarreforma, cuya abanderada es la Monarquía Hispánica. La religiosidad se manifiesta hacia el exterior, públicamente, muy cercana al espectáculo. De ahí su sentimentalismo y teatralidad. Gesticulismo que fomenta y expresa una religiosidad sui generis común a la mayoría de los españoles: acrítica, poco comprometida con el mensaje evangélico, no intimista y, a veces, rayana en la superstición. El pueblo no verá en esas imágenes una obra plástica exclusivamente sino, en cierta medida, una explicitación de la divinidad.

La obra de Gregorio Fernández que comentamos le fue encargada por el Duque de Lerma, valido de Felipe III, y en ella acertó a crear una de las referencias más claras de la iconografía cristiana. Variantes sobre el mismo modelo serían los cristos yacentes de los monasterios de la Encarnación, San Felipe Neri (en la actualidad en el Museo Nacional de Escultura de Valladolid) y San Plácido, en Madrid. En todos ellos aparece el cadáver de Jesucristo recostado sobre un almohadón, con la cabeza ladeada, y en el cuerpo macerado las huellas sangrantes de su Pasión. Solían colocarse estas imágenes en el banco de los retablos, así como delante del altar mayor de las iglesias los Viernes Santos.

Considerado como el máximo exponente de la denominada “escuela vallisoletana” de escultura, Gregorio Fernández está ligado estilísticamente a Juni, uno de los iniciadores, junto con Berruguete, de dicha “escuela”. Su obra, por lo demás, es ingente. Esculpió tanto imágenes para procesiones (La Piedad, La Doloroso, La Verónica, El Cirineo, etc.), como obras para retablos.

En sus comienzos como escultor es innegable un cierto regusto manierista. Pero a partir de 1612 ya es apreciable su distanciamiento del manierismo para dar paso a un mayor naturalismo, a unos volúmenes más complejos y abigarrados y a un dominio extraordinario del cromatismo. Todo ello potencia la intención dramática de sus tallas.

En 1617 ejecuta una obra ya mencionada: La Piedad (Museo Nacional de Escultura, Valladolid) donde aparece la Virgen con Cristo muerto sobre su regazo y, a ambos lados, aún sobre el madero del suplicio, los dos ladrones ejecutados junto con Jesús. Es de destacar el ademán de angustia y soledad de María, que levanta, impotente, el brazo hacia el cielo, al contrastar con la resignada serenidad que emana del cuerpo inerte de su Hijo. Otro modelo iconográfico católico que tocará Gregorio Fernández será el de la Inmaculada, por lo general vestida con blanca túnica y manto azul.

En los años finales de su vida su barroquismo se acrecienta en gestos, expresiones y volúmenes, fijando definitivamente los cánones de una espiritualidad en cierto sentido grandilocuente y estereotipada.

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