jueves, 9 de diciembre de 2010

BASÍLICA DE SANTA SABINA. ROMA

Siglo V. Roma. Interior



La fotografía reproduce el interior de un edificio desarrollado en sentido longitudinal, con tres naves separadas mediante arcadas sobre columnas. La nave central es bastante más alta, también más ancha, que las laterales, y tiene iluminación directa. Al fondo vemos la cabecera con ábside.

ANÁLISIS:
Entre los materiales constructivos utilizados distinguimos: el mármol en las columnas; el muro presenta un revoque que impide apreciar la naturaleza de los materiales empleados, aunque seguramente se tratará de ladrillo o mampuesto, de ahí la necesidad de enmascararlos; y, finalmente, la madera para la cubierta. Son, en general, materiales ligeros.

Soportes. El edificio combina dos soportes fundamentales: el muro y las columnas. El muro actúa como soporte continuo. Destaca por su plenitud y lisura, y también por su escaso grosor apreciable en los vanos. Está horadado por un número considerable de ventanas que lo aligeran. Las columnas son de orden corintio con fuste acanalado, lo que contribuye a subrayar su esbeltez. Se levantan sobre un plinto y una basa ática. Los soportes, por tanto, destacan por su ligereza, en estrecha relación con las cubiertas. Se utilizan arcos de medio punto ligeramente peraltados en las arcadas de separación entre las naves. Todos los vanos adoptan la forma de arco de medio punto.

Cubiertas. En la cabecera se emplea una bóveda de cuarto de esfera, cubierta ésta que se adapta muy bien a la forma semicircular del ábside. El resto del edificio es adintelado, la cubierta consiste en un techo plano de madera. La ligereza de este material justifica el escaso grosor de los soportes y el desarrollo del vano, tanto en dimensiones como en número.

Decoración. Es muy escasa, casi inexistente. Uno de los elementos que realzan el edificio son las columnas, de orden corintio. No hay molduración ni elementos escultóricos. La escasa decoración apreciable en la fotografía consiste en incrustaciones de mármoles. En el ábside hay decoración figurativa, seguramente de una época posterior.

La escala de la obra guarda relación con el hombre, es un edificio bien proporcionado en el que hay un cierto equilibrio entre anchura y altura, primando un poco más esta última. Tiene una disposición simétrica en sentido longitudinal. Hay una clara valoración del espacio interno, desarrollado en sentido longitudinal y articulado en tres naves. Es un espacio claramente direccional con un foco de atención en el altar situado en el ábside. La disposición de los distintos elementos del edificio -sucesión de columnas, arcos, ventanas, y la propia cubierta- subrayan la axialidad de la obra, conduciendo nuestra vista hacia el ábside semicircular.

COMENTARIO:
El desarrollo longitudinal del edificio, la evidente focalidad, la resolución de la cabecera mediante un ábside, la diafanidad y ligereza de la obra, incluso el clasicismo de las columnas, nos llevan a clasificarla como una basílica paleocristiana. Se trata, concretamente, de la basílica de Santa Sabina, en Roma, construida entre el año 422 y el 432. Es un prototipo arquitectónico que surge tras el Edicto de Milán en 313, promulgado por el emperador Constantino. Es un edificio destinado al culto cristiano, religión que, hasta ese momento, había estado prohibida. A partir del 313 sale a la luz y necesitará de edificios de nueva fábrica para la celebración de sus ritos, en los que era esencial la reunión o asamblea de fíeles (eclesia) que participaba en el sacrificio de la misa. Ésta se va a celebrar en un altar situado, no al aire libre como en los ritos paganos, sino bajo techado, en edificios con capacidad suficiente para albergar a la comunidad de fieles. Para conseguir esto los cristianos adaptaron a sus necesidades un prototipo ya existente: la basílica, que hasta entonces había tenido una función eminentemente civil como tribunal de justicia y «bolsa» de comercio.

La basílica paleocristiana va a ser el punto de arranque de toda la arquitectura cristiana occidental. Es un edificio sencillo, desarrollado en sentido longitudinal. Consta de 3 o 5 naves separadas por columnas, sobre las que discurren dinteles o arcos; transepto y ábside semicircular sobresaliente en planta. Separando la nave central del transepto tenemos un gran arco toral (fajón), auténtico arco de triunfo, alusivo al triunfo de la Iglesia. A los pies del templo hay una nave transversal, el nártex, destinada a los neocatecúmenos, y más allá, un patio porticado generalmente con una fuente en el centro, el atrio. Algunas tenían sobre las naves laterales una galería o tribuna.

La disposición de estos elementos responde a las necesidades de culto y a una jerarquización del clero. Así podemos distinguir:
1.- La iglesia propiamente dicha, en la que hay dos partes básicas: el presbiterio y las naves. En el presbiterio se encuentra el altar; bajo él están las reliquias accesibles a los fieles gracias a la confessio (precedente de la cripta); siguiendo la curvatura del ábside suele haber un asiento corrido, la solea, reservado al clero mayor, presbíteros, presidido por la cátedra del obispo; tenemos también la pérgola (precedente del iconostasio); finalmente ocupando parte de la nave central está el espacio destinado al clero menor, los diáconos, que se aísla del resto de la nave mediante canceles, y que constituye el origen del coro. El resto de la iglesia es ocupada por los fieles bautizados, colocándose los hombres en el lado del evangelio, y las mujeres en el de la epístola. Estas últimas se situarán posteriormente en la tribuna, llamada por esta razón matroneo.
2.- El nártex, que se reserva a los neófitos.
3.- El atrio, que sirve para reuniones y catequesis.
En general las basílicas son edificios adintelados, salvo en el ábside; ligeros, diáfanos, sin problemas constructivos y con un espacio interno desarrollado y bastante cuidado que suele contrastar con la sencillez y relativa pobreza de los exteriores. Ni siquiera la fachada tendrá importancia, a pesar de estar coronada por un frontón (siguiendo así el prototipo de templo romano), pues carece de perspectiva al estar precedida del atrio.

El caso que nos ocupa, Santa Sabina, es uno de los ejemplos mejor conservados, junto con Santa María la Mayor. Se construyó entre 422 y 432 por iniciativa de Celestino I y responde a una tendencia a la simplificación propia de la época frente a las anteriores basílicas de fundación imperial. De hecho, como ya hemos mencionado, tiene 3 naves en lugar de las 5 habituales en las basílicas constantinianas, y carece de transepto. Muestra, además, el gusto generalizado en las basílicas romanas del siglo V por potenciar la esbeltez mediante el alargamiento y la mayor altura de la nave central.

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